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Gocho: del grito al diccionario

  • Foto del escritor: Rodrigo Lares Bassa
    Rodrigo Lares Bassa
  • 18 jul
  • 2 Min. de lectura

Quién lo diría. Después de años de circular entre arepas, protestas, chistes, canciones, barras deportivas y hasta discursos, el término gocho ha cruzado oficialmente la frontera del habla popular para sentarse, con toda propiedad, en el sillón académico de la Real Academia Española.


Sí, leyeron bien: gocho ya forma parte del Diccionario de la lengua española.


Para quienes no están familiarizados con la palabra —aunque en Venezuela eso sería raro—, gocho se usa para referirse a la gente nacida en los estados andinos del país, especialmente en Táchira, Mérida y Trujillo. Tiene un sabor regional inconfundible: una mezcla de bravura, fe, terquedad, calidez campesina y un orgullo que no pide permiso. A veces se usa con cariño; otras, con burla; otras tantas, como identidad en alto.


Lo interesante es que esta incorporación a la RAE no es solo un tecnicismo lingüístico. Es una validación simbólica. Es reconocer que gocho no es un ruido suelto en el aire, sino una palabra que ha echado raíces, que carga con historia, acento, contexto. Que tiene cuerpo, carácter, y hasta bandera cuando se necesita.


Y claro, también es un recordatorio: las lenguas no las hacen las academias. Las academias apenas toman nota. Las lenguas las hacen los pueblos. En los mercados, en las redes, en los memes, en los regaños de las abuelas y en los coros de los estadios. Las lenguas viven y se ensanchan con cada generación que se atreve a hablar distinto. Lo que ayer era un insulto, hoy es una medalla. Lo que sonaba marginal, hoy se vuelve oficial.


Yo tengo un tío gocho. De esos que pueden conversar por horas sin repetir un cuento y sin perder la chispa. Alegre, expresivo, con esa “s” andina que se le escapa en cada palabra como silbido de páramo. Siempre tiene una historia bajo la manga y una risa lista para estallar. Pero también es de carácter firme: todo lo que se propone, lo logra. 


Y me hace sentido entonces esa frase del escritor Juan José Saer: “Una palabra puede ser más que un sustantivo: puede ser un lugar al que uno pertenece.”


Así que, queridos lectores, celebremos la entrada de gocho al diccionario. No porque necesitemos permiso para usarla, sino porque a veces da gusto ver cómo una palabra nuestra, sudada, gritada, risueña, termina apareciendo en traje de gala.


Como quien ve a un viejo amigo subir al podio. Y uno dice: “Ajá, ¿viste que sí valías la pena?”


¿Y tú? ¿Qué otra palabra del habla venezolana crees que debería estar en el DLE? Te leo con café en mano.




 
 
 

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