Escribir también es esto
- Rodrigo Lares Bassa

- 5 ago
- 3 Min. de lectura
— Para quienes alguna vez sintieron que no había nadie del otro lado.
Hoy vi un video que me removió. Mostraba a un autor solo, sentado en una mesa dentro de una librería, esperando firmar sus libros. Nadie se acercaba. Nadie le hablaba. La cámara lo captó de lejos, con respeto, sin burlas ni morbo, como si entendiera que ahí había algo sagrado que debía observarse en silencio.
El autor permanecía quieto, casi inmóvil, con una expresión serena. No había en su rostro rastro de enojo ni impaciencia. Estaba simplemente ahí: firme. Esperando con dignidad.
Y entonces me vi a mí mismo.
Recordé el día en que presenté mi novela La urdimbre y el araguaney. Había puesto el alma en esa historia, como en todo lo que escribo, supongo. Preparé con ilusión cada detalle de la presentación: el lugar, los libros, las palabras. Imaginé preguntas, conversaciones. Esperaba, en el fondo, que alguien se sintiera tocado por lo que había escrito. Que alguien, al menos, se acercara con curiosidad.
Pero ese día no fue nadie.
Nadie, salvo mis seres queridos y el presentador —quien, por cierto, pronunció unas palabras tan generosas que me dieron fuerza para quedarme allí, incluso con la sala casi vacía.
Me senté igual. Esperé igual. Pero por dentro… me quería esconder. Me invadió una vergüenza honda, no por la presentación vacía en sí, sino por lo que esa escena activó en mi mente: una voz interna cruel, de esas que llegan cuando uno está vulnerable, comenzó a susurrarme: “Quizás nadie quiere leerte. Tal vez tu escritura no vale la pena.”
Uno pone el alma en lo que escribe. Y cuando no hay nadie del otro lado, cuando el eco rebota en el vacío, es muy fácil que el silencio se sienta como un juicio. Pero no lo es. El silencio —aunque duele— no es una sentencia. No es un veredicto. Es apenas un momento. Un instante más en el largo camino de mostrarse.
En ese momento quise desaparecer. Me sentí expuesto. Ridículo. Pensé que tal vez mi escritura era mala. Esa es una de las trampas más crueles de la mente creativa: confundir la falta de público con la falta de valor.
Pero con el tiempo he entendido que son cosas muy distintas. La asistencia a un evento, el alcance de una publicación, la reacción de una audiencia… dependen de mil factores que no tienen nada que ver con tu talento. A veces es el día, el lugar, la difusión, el clima, el ánimo del público, la coincidencia con algún partido, o simplemente el ritmo de la ciudad. Pero no es un veredicto sobre lo que escribes, ni sobre quién eres.
Curiosamente, el video de ese autor terminó bien. La publicación se hizo viral. Muchas personas comenzaron a seguirlo, a leerlo, a apoyarlo. Él mismo agradeció desde su cuenta. Fue, para mí, una lección silenciosa: incluso en la soledad más incómoda, puede nacer algo luminoso.
Y pensé: quizá eso también le dé sentido a mi propia escena. Tal vez aquella sala vacía no fue un fracaso. Tal vez fue el prólogo de algo más. Una pausa necesaria. Un gesto de fidelidad a mí mismo, incluso sin testigos.
Hoy lo comparto sin pena, porque escribir también es esto: mostrarse humano. Seguir creando incluso cuando no hay aplausos.
Sostener la fe en lo que uno tiene para dar, aunque la respuesta no llegue de inmediato.
Y quizá estoy escribiendo para otros tiempos. Para una generación que aún no llega, o que todavía no ha abierto el libro. Tal vez mis palabras son semillas de largo aliento, y su florecer no depende de mi calendario.
Y eso… también está bien.
Gracias si llegaste hasta aquí. Este texto es para quienes alguna vez sintieron que no había nadie del otro lado… y aun así no dejaron de crear.

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