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¿Amar o enamorarse?

  • Foto del escritor: Rodrigo Lares Bassa
    Rodrigo Lares Bassa
  • 12 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

"Todo fue tan fluido, tan espontáneo, tan natural,

que a ninguno de los dos nos pareció nada raro, que de pronto, mi mano estuviera en su mano, que nos miráramos a los ojos como dos adolescentes o dos tontos."

Mario Benedetti

Estaba molesta, pero no lo había advertido. Ya había cicatrizado el "qué dirán", pero aún cuando había curtido su piel contra las críticas y los chismes, a veces, el comentario inoportuno se le escurría por entre los oídos y sin saberlo le daba la bienvenida para instalarlo por un rato en su subconsciente.

Pues aquél día ella estaba de mal humor, y no sabía por qué, "¡no había porqué!" -así se rebatía mentalmente-; pero una pequeña vocecita le repetía, con el mismo tono de voz que tenía la amiga de su madre, a quien había visto en el mercado el día anterior "Pero niña, tan bella que eres y sigues sola, ¿cuándo te vas a casar?. ¡Te vas a quedar para vestir Santos!".

Ella, hermosa de alma y cuerpo, era fiel a su creencia de que cuando uno se enamora de verdad, debía llenarse de una sensación indescriptible de euforia; y era así como ella se encontraba, en esa búsqueda-y-espera de sentir un mariposeo en el estómago o un temblor en las rodillas al ver a su príncipe azul o, mejor aún, las dos juntas al verlo...

¿Quién sería?, debía ser paciente. Así, había dejado transcurrir algunos años. "No quería igualarse" -cómo se consolaba en sus adentros- a muchas de sus amigas que contrajeron nupcias por lógica biológica, ella quería casarse habiendo perdido el juicio por aquél que supo cómo hacer que se olvidase totalmente del mundo. En eso consistía su secreto, tan criticado en conversaciones a su espalda y enbestidas en su contra a las sombras del murmullo envidioso.

Lo cierto es que sus días transcurrían en ese vaivén de disertaciones de dónde radica el verdadero amor, si en ese estado de combinación de elementos químicos en el organismo que lo hacen suspirar y sonreír eternamente sinrazón o en la elección consiente. Aquél debate algunas veces la hacían dudar, y era en esos días en que amanecía de mal humor.

"¿Amar o enamorarse? -preguntaba a sí misma- amo a mi familia, que está dispuesta a todo por mí; amo a mis amigos, que son mis confidentes; amo mi país, donde he nacido y crecido, aprendiendo de él sus aromas y sabores, sus vistas, sus climas, sus gentes."

La presión torpe de la sociedad por encarrilar a todos. Esa era la verdadera razón de su lucha diaria. Ella decidiría cuándo y con quién, no los demás. Así se lo había jurado a sí misma. Aseguraba que aún no, pero esa suerte de rebeldía, esa seguridad en sus decisiones que las cavaba en su conciencia como sentencias, inconscientemente, estaba siendo sitiada por aquél hombre que un día cualquiera la piropeó: "Quisiera ser yo esa sombra que sigue a tu cuerpo tan de cerca." Ella lo rechazó, de inmediato, siendo fiel a su compromiso, pero él hábilmente continuó, como pudo, cortejándola, sonriéndole, hablándole, escribiéndole pequeñas notas.

Ella amaba la lectura y era fiel creyente de que una persona con una hermosa sonrisa y con una divertida forma de ser, atrae; pero si también escribe y habla bien, enamora. Y ese, en resumen, era el perfil de su príncipe azul. Sin saberlo, obtusa a su realidad, lo rechazaba una y otra vez. Pero él, con la misma paciencia y constancia de un escultor, planeó y moldeó con versos y sonrisas su conquista para atraer su evasiva atención. Y lo logró, primero, cuando un recuerdo de su picardía intelectual la sorprendió en medio de sus quehaceres rutinarios; otra vez, cuando una sonrisa la sorprendió al dibujarse en su rostro al recordarlo...

Finalmente, aceptó salir con él (y ¡Aleluya! pensó él), argumentándole a su vocecita interna que debía divertirse, y así repitieron la ocasión. La gastronomía era un "¡Sí!" en sus salidas, y entre comidas, vinos y notas, la conexión entre ellos -de forma inadvertida para ella- llegó para instalarse y florecer. Y fue así, que poco a poco, ya consciente y a propósito, ella comenzó a sonreír al verlo, a quedarse "un ratito más" y a sentir que su tiempo se hacía nada cuando estaba con él, y cuando no, no podía evitar pensarlo.

Se dejó llevar por sus deseos y sucumbir a sus tentaciones, y comenzó a irradiar pasión.

Un día él le dijo al oído: "Estoy sin mí, cuando estoy sin ti" y ella, sin darse cuenta, dejó escapar de su corazón la frase "Te amo". En ese instante ella comprendió, sin importarle, que había perdido su propia batalla y que ya lo había dejado entrar en los predios sagrados donde sólo moran los afectos personales.

Eso sí, el día que ella le respondió "Sí, acepto" fue el día en que ella quiso.

 
 
 

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