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Entre mesas *

  • Foto del escritor: Rodrigo Lares Bassa
    Rodrigo Lares Bassa
  • 27 jun 2018
  • 3 Min. de lectura

Sentado, a la espera, hacía bailar su vaso para oír en el fondo -allá donde está la realidad- el tintineo de los hielos. La abstracción lo había vencido y el plano de las letras se había adueñado de él.

“El amor no tiene definición, porque definir es limitar… y el amor no tiene límites” pensó mientras veía, sin ser visto, a la pareja que disfrutaba a unas pocas mesas de distancia. De sus facciones y gesticulaciones lo adivinaba todo, saber qué hablaban no tenía sentido, “El odio es amor estancado y fermentado”, concluyó para virar su atención en otros comensales.

La longevidad acaparó su atención, las manos arrugadas se entrelazaban y las miradas, a través de aquellas pupilas nubladas, lo hizo pensar acerca del tiempo vivido en aquella pareja. Advirtió sus sonrisas, serenas, por lo que no pudo contener integrarse a aquél espiado momento, sonrió tímidamente y alzó intuitivamente la comisura de sus labios; imperceptible para muchos, una confesión para sí mismo: “Por vivir experimentando la felicidad junto con la angustia de su pérdida, nunca la vivimos realmente. Quizás el secreto sea simplemente vivir las experiencias.”

Aquel hecho de involucrarse lo hizo reaccionar como acostumbraba hacerlo cuando le sucedía “cambio de espacio y continuamos con el ejercicio” -se dijo, pero antes de inmiscuirse en otro mantel sorbió un trago del licor de sabor añejo y olor ahumado que lo acompañaba en aquella labor poética. Aprovechó el instante hacerse presente y disfrutar del plano de la realidad, detalló el aroma a canela y anís estrellado con el que ahumaron el vaso de su trago al servirlo, antes de la muestra pomposa del barman para mostrarle su habilidad de malabarista, también notó las notas nobles y maduradas en su paladar. Aquella sensación de estar disfrutando un tesoro artesanal y rancio lo hizo decidirse por entregarse de nuevo a sus musas, a ellas, a quienes tanto acariciaba con su atención y gustaba consentir; pero al contrario del bouquet experimentado ahora se enfocaría en la juventud.

Respiró profundo y parpadeó con lentitud, dejándose llevar por el ritmo del tango que ambientaba el lugar. Allá, en una esquina y debajo de un frondoso árbol, una botella que sudada era testigo de la vigorosidad de quienes la bebían. Las velas iluminaban sus rostros, firmes y llenos de impronta, a distancia el brillo de sus ojos amenazaban pasión, un inminente arrebato, un asalto y una entrega, el vencimiento de lapsos de castidad. Notó en aquella mesa la contradicción del ser libre y esclavo al mismo tiempo, el deseo a punto de explorar a cuenta de un roce epidérmico “¡No quiero ser libre, quiero estar encadenado a lo que amo!” aquella fue la frase que las musas le soltaron “Qué raro, porque no hay mayor amor que el que libera y nos transforma en seres infinitos y altruistas” respondió una de las musas, pero ellas, imbuidas en su esencia contrapuntearon “Dejo de buscarte, porque ya estás en todo”. Él, continuó mirando a la pareja mozuela , al tiempo que respondía: “¡Muy bonito!, sentir la esencia! pero no es suficiente. ¡Lástima!. Entre tú que estás fuera de mí, y tú que estás dentro de mí, soy sólo un puente. Vengo de ti, voy hacia ti. Así como lo real se va convirtiendo en sueño, lo que soñamos acaba siendo real.” Ultimó su trago mientras continuó su dialogo al solilóquio, tomó una servilleta de papel y escribió una frase, de pronto, las divinidades se esfumaron. Un saludo lo hizo volver abruptamente a su asiento. Terminó su instante nutricional. Como siempre, la sonrisa de ella era hermosa, mágica, había llegado. Pasó a ser uno más entre las mesas, olvidándo a todos. Sintió como envuelto en la luminicidad de los ojos de ella, pensó: “quisiera vencer mi castidad, quisiera vivir toda la vida contigo pero no quiero perder la oportunidad de las experiencias probables…”

Después de hacer que el mesonero les sirviera unas copas de vino, brindaron: “El amor nos hace pertenecer sin posesión y darnos sin perdernos. Amar es crear algo juntos. ¡Salud!”, le dijo al mismo tiempo que sentía ser un poco de todos los comensales de las demás mesas. Le entregó la servilleta doblada. Ella, sensual, con sus manos femeninas y delicadas, de piel blanca y suave la abrió: “En mi cuerpo elimino tu ausencia, en mi alma conservo tu belleza.”. Ella sonrió y mirándolo le lanzó un beso al aire. Él pensó, “probemos”.

“Cuando reconoces que fallar no te hace un fracasado,

puedes darte licencia de intentar cualquier tipo de cosas”

* 2do Lugar en el Primer Concurso literario Paréntesis

organizado por el grupo literario A tinta negra

 
 
 

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