Amor a la libertad
- Rodrigo Lares Bassa
- 1 sept 2016
- 2 Min. de lectura
Dicen que el niño es una esponja, que absorbe todo lo que lo rodea, tanto lo bueno como lo malo. La idea, a mi entender, es parcialmente cierta porque su alcance es limitado; porque debería referirse al ser humano como tal y no quedarse en la etapa del crecimiento -siendo allí donde se incuba- sino que se aplicara a toda su evolución vital.
El niño copia ingenuamente, sin distinción ni discriminación; en cambio el adulto, ya con libre albedrío, copia y continúa ejerciendo una acción que a sabiendas puede o no estar bien, por ejemplo, por amor, no solo copiamos los valores de nuestros padres, sino también sus defectos y hasta enfermedades.
Es la libertad, la que permite que cada individuo evolucione en sí mismo, y se supere. Del ejercicio de la libertad, en todas sus dimensiones, individuales y colectivas, se nutre y crece una sociedad, mostrándose un país. En una democracia, cada ciudadano, con sus ideas personales y juntos, hacen un baile cívico que encamina un país y dependiendo de sus acciones, en el ejercicio de sus deberes y obligaciones, enrumban el futuro colectivo hacia el progreso o no. El éxito, depende de la unión y del entendimiento a fortalecerse entre unos y otros, porque la pareja perfecta no es la que nunca tiene problemas, sino la que a pesar de ellos siempre están juntos.
Hay que desvivirse por el amor a la libertad, hay que extirpar el miedo del vocabulario de lo posible. Hay que aceptar que un pájaro no canta mejor en una jaula de oro, sino en una jaula del tamaño del planeta. Hay que exiliar al egoísmo de nosotros para abrirle los brazos a las ideas de compartir y sumar, porque, si este bien es solo para mí, es una ilusión pero si es para mí y para todos, es real. Al final, el bienestar común siempre tiene la preferencia sobre el bienestar de uno solo.
El hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas.
Jean Jacques Rousseau
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